Portadores de paz y alegría

La paz, en la cultura judeo-cristiana, tiene el sentido de quedar ileso, terminarse, conservar, restaurar, pagar, resistir, vivir tranquilamente. Esto muestra el sentido de plenitud o de algo que se completa restaurándose totalmente. De manera que la paz tiene en cuenta la integridad y, por tanto, el bien-estar total de la persona y de la comunidad que la busca a través del camino de la justicia social.

Podemos descubrir en la paz un valor sagrado por su carácter de don que regala vida y realización personal, al mismo tiempo que es tarea humana que se desarrolla en la justicia, generando procesos que evitan la guerra y proponen sistemas de no-violencia.

1. La paz como ríos

Cuando un pueblo ha vivido la expropiación de su tierra para vivir en el desplazamiento violento y el exilio, como le ocurrió a los judíos (587-531aC), la paz y el regreso a su tierra se convierte en una esperanza que mueve a construir nuevas comunidades humanas. Los profetas de la paz anuncian la alegría y el regocijo porque tiende hacia las ciudades “como un río la paz” (Is 66,10-14). No es cualquier río, pues la descripción de la paz es como un “raudal desbordante” que trae alimentos, consuelo, sanación, nuevos nacimientos que conducen a vivir en la alegría y en la restauración integral de las personas que conforman el pueblo.

Aparece una buena noticia, donde la paz se expresa con señales de restauración para las personas que han padecido la violencia y la guerra, con la sanación integral para empezar un nuevo dinamismo y la fuerza renovadora de la esperanza que se fortalece en la justicia.

Encontramos en las tradiciones cristiana enseñadas por Pablo de Tarso que la paz y la misericordia caminan juntas (Gál 6,14-18), porque restaura al ser humano, alejándolo de la destrucción y la frustración, para ser constructor de una nueva creación. La paz se establece eliminando las cadenas de violencia y los círculos viciosos que destruyen, como lo hizo Jesús de Nazareth en la cruz, pues Él cargo con la violencia y la exclusión para ser portador y anunciador de paz.

Nuestro pueblo siempre busca la paz como restauración integral del ser humano, que sana las heridas más profundas de la memoria y que impulsa a crecer y proyectarse en la construcción de una sociedad de perdón, reconciliación y solidaridad para rescatar la confianza en las personas y en las instituciones. Sabemos que la paz es don divino y tarea humana, viene acompañada de la misericordia que se construye con la justicia social, por tal motivo, exige compromiso personal y comunitario, esfuerzo y sacrificio, dedicación y entusiasmo, porque lo que viene al final es más grande de lo que se espera.

2. Portadores de paz

Jesús el Cristo buscó conformar un grupo de discípulos que se convirtieran en anunciadores de paz, justicia y misericordia, para enviarlos “de dos en dos” (Lc 10,1), llevando paz a todas las casas (Lc 10,5-6) de manera que todos tomen la opción por ser hijos de la paz. Podemos entender que la paz requiere los esfuerzos de la preparación, la construcción de una comunidad que se vuelve mensajera y portadora de paz, haciendo que se convierta en atractiva, causando adhesión y alegría en los mensajeros (Lc 10,17).

Una comunidad humana que busca corregir en su interior las atrocidades que se ven en la sociedad, hace que surja la esperanza de la paz y la construcción de la justicia, donde la mayor parte del pueblo vive la restauración integral, la justicia y la misericordia, en prácticas de restauración humana logrando la armonía con la creación. El bien-estar integral hace que se atraiga a quienes viven la esclavitud de la violencia para brindar la esperanza de la realización personal. Entonces la justicia y la paz se unen para defender la realización y mantener la misericordia y generar espacios de reconciliación.

Evitamos decir que es fácil y que la paz se construye mágicamente, pues no es simplemente una ausencia de conflicto, sino la recuperación de un determinado territorio, el bien-estar de todos los miembros de la comunidad, se construye el derecho y la justicia, la solidaridad, la rectitud y la generosidad.

Debemos constituirnos en anunciadores de paz que es respaldada por la justicia, buscando el bien-estar de los demás, construyendo comunidades éticas que viven en la honestidad y promueven la igualdad y la dignificación de todos los seres humanos, especialmente de los excluidos y abandonados. Es una tarea de carácter más restaurativa que punitiva, buscando devolver al ser humano su capacidad de realización personal y social.

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Manuel Tenjo-Cogollo
Magíster en Teología. Director de ESCALAR

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